lunes, 5 de mayo de 2008

Cuando entré te encontré llorando. Me acerqué y te pregunté lo que pasaba y no contestaste. Te lanzaste a mi pecho y te acurrucaste en él, sollozando por una razón desconocida. Estúpido, volví a preguntarte y nada respondiste. Pasamos mucho tiempo abrazados, tú llorando y yo esperando sin saber el qué. Silencioso, me mantuve cerca, esperando, pensando causas y teorías que no podría adivinar nunca. No había un motivo que quisieras decirme o que yo fuera capaz de comprender o siquiera tú misma. No había sollozos, sólo silentes lágrimas escurriendo por tu rostro. Abrazados como estábamos, sentí la más inmensa de las lejanías. Tu cuerpo estaba cerca; toda tú a años luz de distancia, habitando un paraje tan alejado de mí que fui incapaz de entrar en ese mundo tuyo que me era negado de antemano y que sólo provocaba que yo me internara en el mío, porque antes de tus emociones incomprensibles y ajenas, estaban las mías, no tan ajenas pero igual de incomprensibles. Estaba yo, ahí, abrazando un cuerpo que no me pertenecía, consolándolo de penas que era incapaz de concebir, sintiendo una infinita tristeza por no pertenecer a tu mundo de nostalgias, burlado casi por tu melancolía inaccesible, queriendo meterme dentro y mirar con tus propios ojos y comprenderlo todo. Entonces, me di cuenta que era un juego empatado; jamás comprenderías mis nostalgias tampoco, eran tan ajenas para ti como para mí las tuyas y nunca dejarían de serlo. Juntos o distantes, andaríamos los dos con nuestras tristezas y nuestros mundos a cuestas, y en ese intersticio que nos dejaran nuestras respectivas nostalgias o alegrías, podríamos reunirnos por breves lapsos, tan breves que al cotidiano transcurso de los días resultarían imperceptibles y que, cada uno de nuestros actos, individuales o comunes, estaban dictados por nuestra propia percepción del mundo que muy raras veces coincidiría. Esa era la tristeza mía y esa mi melancolía. En aquel día usurpaban mi tiempo y mi espacio aquellas tristezas tuyas. Tú llorabas, yo trataba de consolarte y de consolarme a mí mismo, sin conseguirlo.

1 comentario:

Charito Castillo dijo...

cómo es a veces difícil encontrar al otro dentro de nosotros mismos.
pero es el sabor de las lágrimas lo que nos deja estar vivos de vez en cuando. olvidemos.
chúpale pichón.