lunes, 15 de diciembre de 2008

Cuando volvió, la anciana parecía estar esperándola. La puerta estaba abierta. Entró sigilosa, emulando pisadas de un gato que no se veía por ninguna parte. Empujó con cuidado la puerta entreabierta que giró en sus goznes para mostrar la luz que venía desde dentro. Metió la pequeña cabeza antes que el cuerpo, con miedo de ser descubierta, luego avanzó hasta llegar a la cocina. La anciana estaba ahí, mirando atentamente, como si desde siempre la hubiera estado observando. Ella se detuvo, asustada. Bajo el viejo suéter, el bulto escondido casi se escapó de sus brazos. La mujer se levantó y sirvió en un plato una sopa caliente. Debes de tener hambre. Temblando se sentó, tratando de no descubrir el pequeño paquete escondido. Sin soltarlo comenzó a comer. La sopa le quemó los labios, la lengua. En pequeños sorbos llegó al final de un ritual silencioso. Lo has terminado. Ella dijo que sí, pero la anciana no hablaba del plato de comida y sabiéndolo abrazó con más fuerza el paquete que no alcanzaba a cubrir del todo. Es un libro bellísimo, seguro que te ha gustado, siempre habrá uno para ti. Sentía vergüenza de sentirse descubierta, sentía aún más vergüenza de no ser reprendida. Aún cuando escuchó el ruido que hacía la comida al caer en el plato del piso, aún cuando oyó los ruiditos de la anciana, aún cuando adivinó la entrada sigilosa del gato, no levantó los ojos. Tengo que irme, si quieres dormir, sabes cuál es tu cuarto. Recogió el plato y lo puso en el fregadero, como antes, se fue y la casa se quedó sola con ella y el gato que se lamía los bigotes. Cuando se supo sin nadie, fue directo al lugar de donde era el libro, lo miró un poco antes de ponerlo en el pequeño espacio que evidenciaba su falta a pesar de haberlo evitado; como una ficha de rompecabezas encajó perfecto en su sitio. Salió y subió las escaleras, la puerta estaba abierta y las sábanas impecables. Con las rodillas en el pecho, con las manos entre ellas, durmió la siesta de un cansancio neocénico de dos millones de años, aun sin saberlo. La despertaron terribles ganas de orinar y se levantó buscando un sitio. En el mismo cuarto encontró un baño y dejó que el chorro caliente se escapara de golpe disfrutando el placer de aquel orgasmo urinario. Se levantó y miró en torno. Todo blanco, todo impecable. Hacía tanto, tanto, tanto, que sin pensarlo abrió el grifo y oyó emocionada el agua caer de golpe. En el piso quedaron los remedos de ropa, los zapatos sucios. Acostumbrada, no temió al agua fría. Miles de gotas caían sobre ella resbalándose en delgados ríos que la cubrían toda. En breves instantes el agua comenzó a calentarse y ella se reía tratando de atrapar las gotas con las manos hasta que fue demasiado y pegó un grito tratando de escapar del acuífero fuego. Esquivando el agua que hervía, alcanzó la otra llave y al fin pudo abrirla; después de luchar con la combinación, alcanzó el punto exacto. Se bañó sólo con agua, se limpió de la inmundicia de las calles y del oscuro paso del tiempo, se hizo de nuevo. Cuando quiso vestirse olió la mugre de su ropa y no se atrevió. Trémula de agua, abrió el ropero. Encontró sin sorpresa vestidos como hechos para ella, tomó el primero que era verde y se lo puso, también unos zapatos negros medio número más grandes. En un cajón encontró media docena de calzones de colores y tomó el que estaba encima. Peleó con los zapatos puestos antes de lograr acomodarlo en el sitio exacto del cuerpo. Un pequeño espejo en el primer cajón le hizo entender que estaba limpia y se sintió feliz. Bajo corriendo la escalera y regresó a donde antes había estado. Riendo divertida volvió a pasar el dedo por el lomo de los libros, al final tomó uno que era rojo. Hace di-di-ez a-ños, en el ve-ra-no, Án-gela llegó a mi casa. Con-se-je-ra de di de di-os y del ma-lig-no, en el am-bi-gu-o es-pa-ci-o desualma, te-ní-a la ca-pa-ci-dad de per-ma-ne-cer au-sen-te del mundo, in-tac-intac-intacta. Esta vez no trató de cubrir el espacio sabiendo que no era posible y que ya había sido descubierta. Cerró la puerta, fue al ritual del espejo y después salió huyendo por el largo de la calle. Cuando la anciana regresó, la casa permanecía ausente del mundo, intacta.

Estoy tratando de regresar de un no sé qué, de un no sé dónde. Estoy tratando de hablar una lengua que parezca comprensible. O quizá que no comprenda nadie. Estoy tratando de darle nombre a las emociones que no la tienen. Estoy tratando de decir que no encuentro la palabra exacta. De tanto intentarlo tal vez la encuentre o tal vez me resigne, o tal vez sólo nada.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Costumbres decembrinas

Es un lunes y es diciembre. Al fondo se oye música de villancicos. Como la reitereación anual del ciclo de lo que somos: animales con costumbres cotidianas.