sábado, 30 de agosto de 2008

Una pausa, necesaria. No podré escribir durante un mes. Para cuando regrese, mis pocos lectores se habrán ido. ¿Habrá otros? Poco probable. Vendré después a recoger las cenizas de lo que ha quedado y trataré de construir lo derribado. Es difícil escribir para nada, para nadie. Pero esto se ajusta a la verdadera sustancia: las cosas que uno hace cada día sirven para nada, sirven para nadie. He tratado de autosalvarme, no lo he conseguido. Cada palabra, cada coma es el intento. Mido el tamaño de cada palabra que escribo, ni una sola de ellas alcanza para hacer el resumen del más pequeño de los sentimientos. Esta puta sensación de saber que no hay nada detrás asesina segundo a segundo. Voy a caminar, mucho, mucho. Voy a jugar el juego de creer que hay cosas que no he visto y estaré de vuelta y entonces sabré de cierto, sin suposiciones, que en ningún lado hay la puerta correcta que debo tocar. Hasta la siguiente palabra, hasta la siguiente coma. Una pausa, necesaria. Si alguien viene mientras tanto, deje mensaje, tengo ganas de leer a otros, ya no a mí.

martes, 26 de agosto de 2008

La noche en que todo ocurrió era una noche cualquiera. En aquel bar todos hablaron de mujeres —como siempre— y de riñas callejeras. Uno contó de las tres muertes que pesaban sobre su inexacta conciencia. Hubo admiración, aplausos. Bebí sólo dos copas en tres horas, lento, trago por trago, más por ritual que por deseos de embriaguez. No quería perder un solo gramo de cordura, no deseaba pretextar aquello y perder así el profundo sentido que mis actos buscaban esa noche. El hombre de las muertes me invitó otro trago, no acepté. Bebí las últimas gotas de la última copa y aún encendí un par de cigarros más, antes de pagar la cuenta y salir de ahí. No me despedí de nadie, porque a nadie conocía, tampoco a aquél que contaba sus hazañas. Conté calle por calle y fueron doce. En la esquina de la cuarta, una mujer se puso frente a mí y me ofreció por unos billetes una hora de compañía; no fue la compañía lo que acepté, fue la hora ofrecida. Al final, fue mucho menos pero no importaba. La oí bajar casi corriendo la escalera, la vi a través de la ventana entrar a la farmacia, esperé un poco, fumando, pensando siempre en lo mismo. Baje y seguí por la quinta y la sexta. Nada más pasó. Al fin llegué a la casa, al fin metí la llave en la cerradura, al fin la giré, al fin abrí la puerta, ella ya estaba ahí, esperando.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Sólo memoria e imaginación bastan para crear literatura. A veces hay más memoria que imaginación, otras a la inversa. En mi caso, soy incapaz de notar la diferencia. No sé si lo que recuerdo sea memoria o sólo imaginación.

lunes, 18 de agosto de 2008

Recuerdos literarios

Dicen, los que me han oido contar, que mis recuerdos no se parecen en nada a cómo sucedieron. Mis recuerdos son siempre literarios, desprovistos de la vulgaridad del hecho en sí mismo, por fortuna.

El recuerdo me llegó de pronto aquella tarde de lluvia. No había vuelto a recordar la escena, a pesar de que entonces me había impactado mucho. Ahora estaba otra vez, solo, enfrente de aquella casa abandonada. Volví a mirarla, con más atención que la primera vez. Puse las manos sobre la puerta y empujé con fuerza. Como antes había imaginado, la puerta no tardó mucho en abrirse. La hierba del patio se levantaba medio metro sobre el suelo surgiendo de las ranuras quebradas del pavimento y era complicado cruzar. Avancé cuidadosamente sintiendo como mis pies se hundían entre la maleza haciéndola crujir. Oía los ruidos de ratas y bichos huyendo de mis pasos, olía el fétido olor del abandono. Subí por unas escaleras que crujían con el peso de mi cuerpo, sosteniéndome de un barandal oxidado, casi despegado de sus goznes. Llegué a lo alto no sin miedo, trastabillando entre los obstáculos a mi paso. Entré a un cuarto con una puerta abierta que estaba a punto de caer. De viejos muebles corrían despavoridas arañas y cucarachas que volvían a esconderse en otro lado y de ese otro lado salían otras que iban hacia el primero, como una eterna migración de bichos desconcertados. Miraba muebles de madera a punto de deshacerse, abría cajones contenedores de trapos que en otro tiempo debieron ser ropa multicolor, de artefactos carcomidos por los animales que habitaban aquella mansión de olvido, con un espejo que reflejaba distorsionada la imagen borrosa del abandono. Del colchón de una cama de sábanas deshechas salían más y más insectos de denominaciones múltiples y entre lo que una vez fueron almohadas subsistía una camada de roedores recién paridos que chillaban en su ceguedad al notar mi presencia. Desde dentro, pude ver el otro lado de aquellos trapos que alguna vez fueron cortinas, los aparté para mirar la calle a través de la opacidad vetusta de los cristales y noté que estaban rotos. Cuánto tiempo hace ya de esta orgía de animales invasores, cuánto habrá pasado para derruir lo construido. Recorrí cuartos en iguales circunstancias, con pintura carcomida por el tiempo, con muebles apolillados y cortinas que ya no lo eran; en el último, encontré las cosas de una niña, los restos de muñecos afelpados, collares que habían sido verdes o amarillos, un cuaderno de hojas acartonadas que crujían al abrirlo y que escondía líneas de colores, círculos que no lo eran de todo y algunas trazos de letras que intentaban ser un nombre. En los muros, aún sobrevivían los restos de una crayola roja que con círculos y líneas formaban tres imágenes de boca curveada hacia abajo. Dejé todo intacto y bajé no sin dificultad hasta la maleza de la entrada y volví a cerrar la puerta que chilló al girar a su estado original. Caminé unos pasos hasta la siguiente puerta, unas voces se oían desde dentro. Toqué. Me abrió un hombre que me miraba desconfiado. Al final me hizo pasar y me dejó hablar con una anciana en silla de ruedas. Como si todo hubiera sido ayer mismo me contó todo, me habló de la madre y del padre y de cómo llevó a aquella niña a vivir al orfanato en un acto de piedad. Nunca había vuelto a entrar a la casa, ni ella ni nadie, tampoco sabía que había pasado después. Me dio el nombre del lugar, luego se quedó dormida. Salí y el hombre me despidió aún con desconfianza. Prendí un cigarrillo mientras caminaba hacia mi cuarto, marcando cada paso lentamente, tratando de ordenarme las ideas, buscando algún sentido a esa historia, a la que conocí luego y a la que después pasó. Se fue haciendo noche sin darme cuenta, cuando llegué a mi cuarto todavía llovía.

viernes, 15 de agosto de 2008

Una tarde, en que decidimos caminar buscando un cine que nos dijeron que estaba cerca, pasamos por una calle donde nunca antes habíamos estado. La regularidad en el estilo de las casas y su distribución no hacía diferencia. Íbamos uno al lado del otro preguntándonos cada tanto si estábamos en la dirección correcta y nos deteníamos a mirar hacia atrás pensando tontamente que tal vez no habíamos notado la enorme entrada que anunciaría el nombre del lugar, luego seguíamos o preguntábamos y nos daban nuevas indicaciones, unas en sentido contrario a la anterior. Casi nos habíamos resignado a no encontrar nada cuando sucedió de pronto. La sentí reducir el paso y obligarme a ir más lento también, noté sus ojos fijos en un punto y avanzar hacia allá, hipnotizada. Qué has visto. No me escuchó. Pasó junto a mí, ajena a mi presencia y cruzó la acera hasta detenerse por completo frente a un pórtico derruido. Fui tras ella y me detuve a su lado. Es aquí, dijo para sí. La casa estaba abandonada desde hace mucho, las puerta parecían que se caerían al ser empujadas. Debajo de ellas salía pequeñas ramas de maleza que anunciaban que adentro había una selva infranqueable, contenedora de un zoológico de ratas y reptiles. La fachada apenas dejaba ver que había sido azul algún día. En las dos ventanas, detrás de unos cristales de opacidad vetusta, todavía sobrevivían unos pedazos de trapo espantosos que alguna vez debieron ser cortinas. Es aquí, volvió a decir en un susurro. Cuando regreso de la escuela mamá es quien abre la puerta. Papá siempre está perdido en su estudio trabajando en alguna cosa que yo no entiendo, a pesar de que me lo ha explicado tantas veces; es algo muy importante que le dará muchos reconocimientos. Eso dice mamá. Me muero de hambre, huele a sopa caliente y a ese guiso con verduras y carne que me gusta tanto. Papá no come con nosotros, siempre está trabajando en aquella cosa, se enoja si lo interrumpimos, dice que no entendemos que cualquier desvío le rompe la concentración. A veces está por días sin salir, mamá le lleva emparedados que en muchas ocasiones tienen apenas una pequeña mordida. Mis amigos dicen que papá se ha vuelto loco, mamá dice que los locos son ellos, que papá trabaja mucho, que es un intelectual. Yo no entiendo mucho, nunca quiere jugar conmigo y siempre está como triste o enojado. Mamá es otra cosa, ella se pasa el día conmigo y me lleva al cine que está cerca, tocamos timbres que yo no alcanzo y corremos luego muertas de risa. Cuando vamos al parque me persigue corriendo mientras yo tambaleo en la bicicleta. Mira mami, ya puedo, ya puedo. Me cura las rodillas y me da besitos que me hacen reír mucho. Por qué ya no sale conmigo. Ahora me pide que esté tranquila, que le duele mucho la cabeza, duerme casi todo el día. Yo trato de hacer el guiso de verduras pero nunca sale bien. Papá no me habla, está muy triste y a veces viene a abrazarme para llorar juntos. No sé qué pasa con mamá, ya no sale a jugar conmigo, ya no se ríe nunca. Cuando llego y le empiezo a contar lo que pasó en la escuela, ella se queda dormida. Eso me pone muy triste. Le duele mucho, a veces grita cosas horribles que me lastiman. Le estoy contando que me caí saltando la cuerda y ella comienza a gritar de pronto, no sé qué hacer, papá no está. Me acercó y ella se revuelve en la cama apretándose la cabeza con las 2 manos. Se jala el cabello. Por fin se calma y se queda dormida. Papá tarda mucho en regresar, mamá no despierta. Papá ya no llora aunque está muy triste. Se ha hecho viejito, la cabeza se le ha puesto blanca. Siempre en su estudio, pero ya no está sobre sus libros y sus notas como antes. Lo sé porque también le llevo emparedados que nunca come y sólo está mirando no sé qué cosa en la pared, sin cerrar nunca los ojos. Casi nunca voltea a mirarme. Yo a veces no tengo ganas de ir a la escuela y me quedo en casa todo el día y él nunca se da cuenta. He dibujado en las paredes muchas cosas, también a papá y a mamá tomados de la mano, conmigo en medio. Hoy ya no hay pan para emparedados ni nada que poner dentro. Tengo hambre. Entro a ver a papá, está dormido en la silla, me acerco a despertarlo y me doy cuenta que duerme igual que mamá. Me dan muchas ganas de llorar y lloro, lloro mucho hasta que se me acaban las lágrimas. Tocan a la puerta y voy a abrir tratando de contener el llanto. La vecina me pregunta qué me pasa. Le trato de explicar y ella no entiende nada. Entra a buscar a papá y oigo un grito. Llega mucha gente y un carro grande con luces. Sacan a papá acostado, cubierto con una manta hasta la cabeza. La señora me pregunta que si tengo hambre, Sí, no he comido nada, el pan ya se acabó y la leche sabe fea, ya no me gusta. Me trae pan y leche. Devoro el pan, pruebo la leche, no sabe fea como la mía, pero ya no me gusta. Me dice que dormiré en su casa y que mañana me lleva a un lugar donde hay muchos niños como yo. La ayudo a meter en una bolsa toda mi ropa y una muñeca. Me dice cosas, yo no le hablo, no puedo. Cuando terminamos de meter todo, me toma de la mano y me sonríe. Me suelta para cerrar. Yo no he sabido donde están las llaves así que solamente jala la puerta. Me toma de la mano y me hace caminar hasta la siguiente puerta sin decir nada. Se queda parada ahí mirando la casa, parece que aún está habitada. Adentro se oyen unos ruidos. Vámonos, me dice. Y con una sonrisa pueril, tomada de mi mano, me hace correr con ella mientras va saltando con un pie delante de otro. De pronto se detiene, se estira como si le costara trabajo alcanzarlo, toca el timbre y se echa a correr muerta de risa jalándome a mí en su huida. Corriendo llegamos al cine sin titubear. Mientras compro los boletos, ella da pequeños saltos con las puntas de los pies, muy ansiosa, sosteniéndose en la pared. La película no es cómica; ella se muere de risa con cada diálogo y con cada escena. Creo que ella está mirando una de hace muchos años.

jueves, 14 de agosto de 2008

La creación

Y el sexto día, el Hombre creó a dios, a imagen y semejanza suya. El séptimo comenzó a orarle.

Cita agendada

Nos veremos ayer, como nos vimos mañana. A las las cinco de la tarde de la medianoche.

Palíndromos

(léase de derecha a izquierda, de izquierda a derecha)

sólo estar solo.

muertos de sueño

noche de llorar, día de morir

nada como, polvo como

Monte Sinaí

No soy el que fui ni el que soy ni el que seré ni el lugar que piso es sagrado. El decálogo de las leyes comenzará nunca. Iré ayer a caminar sobre mis pasos, fui mañana a reescribir esta hora, será el lunes pasado, fue el lunes que vendrá.

Los dilemas del espejo

¿Serán verdad esa cara, esa barba sin rasurar, esos ojos de mirada absurda, esa sonrisa de imbécil? ¿Será verdad el espejo que refleja todo eso?

Recuerdos

Cómo será mejor medir el tiempo. Por horas, por minutos. No. Mejor por recuerdos, reales o imaginarios. Siendo recuerdos no importa mucho si alguna vez fueron verdad. Hoy estoy recordando Roma y Praga en donde jámas hube estado. Tengo un recuerdo contigo que no ha sucedido todavía.

Cuando todo pasó, al cuadro recargado en la pared lo cubrí para no verlo, y así estuvo por mucho tiempo, como una verdad implacable que debía de mantenerse oculta, resistiéndome a confrontarla. Traté de que la normalidad de los días me consumiera regularmente. Algunos días salía de la ciudad en busca de no sé qué cosas, a veces de amigos que no veía hace tiempo. Ella en ocasiones venía conmigo. Hablábamos poco y solía perderse en las calles de ciudades que no conocía mientras yo me quedaba sentado en algún sitio mirando a la nada. Volvía ya entrada la tarde a sumarse a las pláticas sobre recuerdos en los que no había coincidido. A veces se reía con las anécdotas estúpidas que resumían otra etapa de la vida o se sorprendía con detalles que nunca hubiera imaginado posibles. Otras sólo oía sin escuchar de veras, sumida en sus propios pensamientos inaccesibles. Cansada de recuerdos que no eran suyos, se dormía temprano mientras la reunión continuaba hasta la madrugada entre risas y nostalgias. Una noche, cuando al fin los recuerdos colectivos se terminaron, entré a la habitación donde debíamos de dormir. La luz estaba apagada, no la encendí para no despertarla. Choqué con un mueble, encontré la cama a tientas. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude ver los contornos y reconocer la tenue luz que se colaba por la ventana que hasta entonces noté que estaba abierta. Ella estaba ahí. Los pequeños ruidos provocados por mis tropiezos no la sacaron del trance. Qué haces, pregunté estúpidamente. Ya sabía que no habría respuesta. Tampoco me acerqué. Me tendí en la cama a mirar la silueta que a contraluz se dibujaba. De pie, de espaldas a mí, sujeta de la baranda, sin un movimiento perceptible, miraba pequeñas luces que al fondo destellaban. Había llovido y no se miraba una sola estrella. Imaginé que en cualquier momento empezaría hablar para sí misma, sin hacer caso de mi presencia. Pero no. La silente escena se prolongó infinitamente. ¿No quieres dormir ya? Imbécil. Hay tantas preguntas estúpidas que a veces es mejor no decir nada. Prendí un cigarro. Por un instante la flama del encendor iluminó las cosas. Luego sólo quedó la luciérnaga que se hacía intensa cada veinte segundos. Alargaba la mano cada tanto para atinar al cenicero sin saber si en verdad lo conseguía. La fui olvidando, dejó de existir. Estaba yo, en penumbras, una chispa que se hacía intensa al contacto con mis labios, una nube de humo, sombras y siluetas. Nada vivo. Cuatro paredes, algunos muebles intuidos, una ventana abierta, una silueta en medio, uno que era yo y que no era, vagos pensamientos, ideas desordenadas. Apenas pude hundir la colilla en el fondo del cenicero antes de quedarme profundamente dormido.

martes, 12 de agosto de 2008

Ésta larga pausa en que no he sido capaz de escribir nada, se me ha vuelto un malestar impreciso en alguna parte. Voy a presionar con los dedos. No hay sangre, sólo pús, sólo agua. Casi ya no duele. Una lástima.
"Y cómo explicar que me vuelvo ordinario sin pluma o sin las hojas del diario".

lunes, 4 de agosto de 2008

Mientras caminaba por aquellas calles de sombras, la cabeza se me llenó de recuerdos. La continuación de esa noche había estado recluida en la cárcel de mi inconsciente. Dormí por un par de horas y Alejandro aún no despertaba. Me lavé la cara y salí tratando de hacer el menor ruido posible. Después de preguntar varias veces, al fin supe dónde tomar el autobús de regreso a la ciudad. El trayecto fue muy largo, a pesar del cansancio y el desvelo, comencé a leer el libro. Me fui hundiendo entre sustantivos adjetivados con metáforas que revelaban una profunda melancolía por un tiempo pasado o por un sueño que habitaba la consciencia. El personaje era tan semejante al escritor que no dudé que fueran el mismo. Me pregunté si siéndolo yo, sería capaz de hacer distancia entre mí y mis personajes. No me creí capaz de conseguirlo, a decir verdad, no puedo escribir más de dos líneas sin tropiezos. En el momento más sentimental de mi existencia, comencé a escribir algunas cartas llenas de palabras comunes y reiteraciones insoportables. Mi poco conocimiento de adjetivos y mi imposibilidad de expresar mis ideas con claridad me hacían perderme entre palabras cuyo significado nunca fue del todo claro. Y sin embargo, siempre sentí la necesidad de expresarme de algún modo y así comencé a pintar. Las ideas en mi cabeza se volvían imágenes, colores, metáforas visuales de un oculto significado. Me sorprendió descubrir que Alejandro podía hacer lo que yo nunca alcanzaba en mis cuadros y que, en definitiva, jamás lograría con palabras. Estaba envuelto en una atmósfera de ausencia incansable. Los múltiples tumbos del autobús en una calle sin pavimentar provocaban obligadas interrupciones, a pesar de ello, la atmósfera del texto no se desvanecía entre el olor a gasolina o el sol que se colaba entre los cristales y me aumentaba la resaca o el constante movimiento. Al entrar a la ciudad tuve que interrumpir la lectura para transbordar rumbo a mi casa. En el segundo autobús iba de pie y no pude seguir leyendo. Cuánto podría parecerse una historia de papel a una de la realidad. Cuánto eran la misma cosa. Qué sería en realidad la literatura. Tal vez una suma de recuerdos, tal vez una mezcla de recuerdos y de imaginarios. Un autobús repleto de gente, un sol cayendo a plomo, no sé si eso podría ser literatura. Traté de pensar una forma de organizar esa idea en alguna frase que tuviera algún significado. Para quién. Cómo hacer respirar esa atmósfera con palabras. En el fondo, el problema siempre es el mismo, al pintar también era preciso crear atmósferas aunque me parecía mucho más sencillo conseguirlo. O al menos me engañaba pensando que era más fácil y que de alguna forma lo lograba. Siempre el mismo color de base homogenizaba la obra. Y por qué azul índigo y por qué sólo muros. Me lo habían preguntado tantas veces que aprendí a dar una respuesta aceptable. Pero no, para mí aún no había una que lo fuera. Pasamos por las mismas calles de siempre y no me fijaba en ellas a fuerza de costumbre. Al bajar, caminé las dos calles que faltaban para llegar a la casa. Pensé que otra vez no le había dejado la comida al gato y tal vez había escapado. Cuando llegué te vi entre los barrotes de la reja. Tenías mi vieja camisa, el pelo recogido y barrías concentrada las hojas regadas en el patio, como si no te hubieras ido nunca. Me imaginé que habías llegado anoche después de tu última fuga. Metí la llave y abrí. Cuando oíste el ruido de la puerta saliste del trance y volteaste a mí de un golpe. Al verme, te sostuviste de la escoba como si temieras caer. Vi tu rostro contraerse en un gesto desfigurado y comenzaste a llorar en silencio sin soltar aquello que te sostenía. Cuando me acerqué fuiste tú quien me lanzó los brazos al cuello llorando convulsa. Sentí tus lágrimas mojándome el cuello y la camisa, sentí como apretabas tu cuerpo contra el mío como hace tanto no sentía, sentí que, por primera vez, desde tiempos irrecordables, por fin me necesitabas. Por qué tardaste tanto; tenía mucho miedo que algo te hubiera pasado y no pude dormir en toda la noche, me dijiste entre sollozos. Quise explicarte, pero comprendí que no importaba. Creo que entonces supe que me querías. Tal vez ese minúsculo instante antes que todo regresara a su cotidiana normalidad fue la verdadera causa de cuantas cosas dejé que sucedieran luego.

Aquellos fueron días difíciles. Sucedió en una de esas etapas de desaparición y no tuve con quien llorar de veras. Tal vez ese era el motivo por el que se me fue quedando en alguna parte imprecisa del cuerpo, como un cansancio que me dejaba pocas ganas de levantarme o de tomar el pincel. Despertaba tarde y comía poco. No pensaba demasiado y sólo dejaba que los días transcurrieran sin mucha prisa. Una tarde en que salí a caminar, en las viejas y populosas calles del centro, repletas de chicos que se fugaban de las clases de la universidad hacia pequeños bares vespertinos, me encontré al otro de frente. Me reconoció entre la bruma de una mirada turbia. Mutuamente nos invitamos una cerveza. Me contó de libros fantásticos que yo nunca había leído y me prometió prestármelos en los próximos días. Hablamos de otros que si reconocí y nos perdimos durante horas entre disertaciones y teorías que a poco o a nada nos conducían, cuyos discursos se irían desvaneciendo como el humo de los cigarrillos encendidos casi al mismo tiempo. La tarde se fue haciendo noche, los chicos comenzaron a huir a sus casas y nos iban dejando solos. Mientras él me contaba sobre no sé qué cosas de un viaje a Playa del Carmen que incluía bastante mota, pensé en dónde se había quedado la otra noche. Hasta donde recuerdo, me lo había encontrado igual que ahora, más o menos por las mismas calles, y él mismo me había llevado con Alejandro que ya estaba instalado en el bar de siempre; él pagó la primera ronda. No logro recordar demasiados detalles de él en esa noche. Después de varias rondas, fuimos con Alejandro hasta su casa, cenamos algo y seguimos bebiendo entre risas. Hubo un reparto hipotético de mujeres del taller de Alejandro "con fines educativos". A mí me asignaron a una que carecía de malicia, mi trabajo era darle un poco. A él, una mujer entrada en años que requería de frescura; para Alejandro creo que nada. No sé si hubo una discusión, el tiempo y el alcohol traicionan la memoria, ni mucho menos la causa. Entre vagas imágenes lo veo salir de la casa, demasiado lejos de la ciudad, e irse sin despedir, enojado o confundido. Alejandro y yo seguimos hablando. Luego, al regresar del baño, lo encontré sentado en la sala mirando el muro. Después el discurso de riders on the storm y un ataque súbito recordando al otro que se había ido bastantes horas atrás y que ahora yo tenía enfrente hablándome de no sé qué cosa onírica sobre Playa del Carmen y la arena blanca y una ola cristalina y espumosa que le mojaba los pies. No mencionamos a Alejandro, no le conté mi recuerdo de aquella noche, él tampoco dijo nada. Hablamos como si aquél nunca hubiera existido y mis recuerdos fueran una más de mis fantasías. Con seguridad él tampoco lo había olvidado pero, como yo, evitó hablar del tema. Le conté sobre un cuadro que no estaba pintando y de mis cambios estéticos de los últimos meses. Se sorprendió falsamente, me pareció que en realidad, o no comprendía o no estaba interesado en el asunto. Hablando de muros azul índigo, traté de provocar que él iniciara el tema que nos acechaba como un fantasma en cada trago a la botella, en cada palabra que salía de nuestra boca. No sucedió. Seguimos hablando de todo, es decir, de nada. No tengo claros los motivos por los que no mencionamos aquello aunque ninguno de los dos lo había olvidado. Comprendí que Alejandro seguiría rondando en medio de nosotros, aún más con nuestra omisión consciente. Al fin nos despedimos. Pagamos la cuenta y sin demasiadas palabras caminamos en sentidos opuestos. Yo seguí a lo largo de la calle que a esas horas ya estaba oscura, una lejana luz proyectaba sombras de árboles contra los muros, también mi propia sombra alargada iba conmigo paso a paso. Sombras sobre muros. Muros sobre muros. Sombras sobre sombras. Palabras. Fantasmas. Silencio. Memoria. Recuerdos. Olvido.