viernes, 15 de agosto de 2008

Una tarde, en que decidimos caminar buscando un cine que nos dijeron que estaba cerca, pasamos por una calle donde nunca antes habíamos estado. La regularidad en el estilo de las casas y su distribución no hacía diferencia. Íbamos uno al lado del otro preguntándonos cada tanto si estábamos en la dirección correcta y nos deteníamos a mirar hacia atrás pensando tontamente que tal vez no habíamos notado la enorme entrada que anunciaría el nombre del lugar, luego seguíamos o preguntábamos y nos daban nuevas indicaciones, unas en sentido contrario a la anterior. Casi nos habíamos resignado a no encontrar nada cuando sucedió de pronto. La sentí reducir el paso y obligarme a ir más lento también, noté sus ojos fijos en un punto y avanzar hacia allá, hipnotizada. Qué has visto. No me escuchó. Pasó junto a mí, ajena a mi presencia y cruzó la acera hasta detenerse por completo frente a un pórtico derruido. Fui tras ella y me detuve a su lado. Es aquí, dijo para sí. La casa estaba abandonada desde hace mucho, las puerta parecían que se caerían al ser empujadas. Debajo de ellas salía pequeñas ramas de maleza que anunciaban que adentro había una selva infranqueable, contenedora de un zoológico de ratas y reptiles. La fachada apenas dejaba ver que había sido azul algún día. En las dos ventanas, detrás de unos cristales de opacidad vetusta, todavía sobrevivían unos pedazos de trapo espantosos que alguna vez debieron ser cortinas. Es aquí, volvió a decir en un susurro. Cuando regreso de la escuela mamá es quien abre la puerta. Papá siempre está perdido en su estudio trabajando en alguna cosa que yo no entiendo, a pesar de que me lo ha explicado tantas veces; es algo muy importante que le dará muchos reconocimientos. Eso dice mamá. Me muero de hambre, huele a sopa caliente y a ese guiso con verduras y carne que me gusta tanto. Papá no come con nosotros, siempre está trabajando en aquella cosa, se enoja si lo interrumpimos, dice que no entendemos que cualquier desvío le rompe la concentración. A veces está por días sin salir, mamá le lleva emparedados que en muchas ocasiones tienen apenas una pequeña mordida. Mis amigos dicen que papá se ha vuelto loco, mamá dice que los locos son ellos, que papá trabaja mucho, que es un intelectual. Yo no entiendo mucho, nunca quiere jugar conmigo y siempre está como triste o enojado. Mamá es otra cosa, ella se pasa el día conmigo y me lleva al cine que está cerca, tocamos timbres que yo no alcanzo y corremos luego muertas de risa. Cuando vamos al parque me persigue corriendo mientras yo tambaleo en la bicicleta. Mira mami, ya puedo, ya puedo. Me cura las rodillas y me da besitos que me hacen reír mucho. Por qué ya no sale conmigo. Ahora me pide que esté tranquila, que le duele mucho la cabeza, duerme casi todo el día. Yo trato de hacer el guiso de verduras pero nunca sale bien. Papá no me habla, está muy triste y a veces viene a abrazarme para llorar juntos. No sé qué pasa con mamá, ya no sale a jugar conmigo, ya no se ríe nunca. Cuando llego y le empiezo a contar lo que pasó en la escuela, ella se queda dormida. Eso me pone muy triste. Le duele mucho, a veces grita cosas horribles que me lastiman. Le estoy contando que me caí saltando la cuerda y ella comienza a gritar de pronto, no sé qué hacer, papá no está. Me acercó y ella se revuelve en la cama apretándose la cabeza con las 2 manos. Se jala el cabello. Por fin se calma y se queda dormida. Papá tarda mucho en regresar, mamá no despierta. Papá ya no llora aunque está muy triste. Se ha hecho viejito, la cabeza se le ha puesto blanca. Siempre en su estudio, pero ya no está sobre sus libros y sus notas como antes. Lo sé porque también le llevo emparedados que nunca come y sólo está mirando no sé qué cosa en la pared, sin cerrar nunca los ojos. Casi nunca voltea a mirarme. Yo a veces no tengo ganas de ir a la escuela y me quedo en casa todo el día y él nunca se da cuenta. He dibujado en las paredes muchas cosas, también a papá y a mamá tomados de la mano, conmigo en medio. Hoy ya no hay pan para emparedados ni nada que poner dentro. Tengo hambre. Entro a ver a papá, está dormido en la silla, me acerco a despertarlo y me doy cuenta que duerme igual que mamá. Me dan muchas ganas de llorar y lloro, lloro mucho hasta que se me acaban las lágrimas. Tocan a la puerta y voy a abrir tratando de contener el llanto. La vecina me pregunta qué me pasa. Le trato de explicar y ella no entiende nada. Entra a buscar a papá y oigo un grito. Llega mucha gente y un carro grande con luces. Sacan a papá acostado, cubierto con una manta hasta la cabeza. La señora me pregunta que si tengo hambre, Sí, no he comido nada, el pan ya se acabó y la leche sabe fea, ya no me gusta. Me trae pan y leche. Devoro el pan, pruebo la leche, no sabe fea como la mía, pero ya no me gusta. Me dice que dormiré en su casa y que mañana me lleva a un lugar donde hay muchos niños como yo. La ayudo a meter en una bolsa toda mi ropa y una muñeca. Me dice cosas, yo no le hablo, no puedo. Cuando terminamos de meter todo, me toma de la mano y me sonríe. Me suelta para cerrar. Yo no he sabido donde están las llaves así que solamente jala la puerta. Me toma de la mano y me hace caminar hasta la siguiente puerta sin decir nada. Se queda parada ahí mirando la casa, parece que aún está habitada. Adentro se oyen unos ruidos. Vámonos, me dice. Y con una sonrisa pueril, tomada de mi mano, me hace correr con ella mientras va saltando con un pie delante de otro. De pronto se detiene, se estira como si le costara trabajo alcanzarlo, toca el timbre y se echa a correr muerta de risa jalándome a mí en su huida. Corriendo llegamos al cine sin titubear. Mientras compro los boletos, ella da pequeños saltos con las puntas de los pies, muy ansiosa, sosteniéndose en la pared. La película no es cómica; ella se muere de risa con cada diálogo y con cada escena. Creo que ella está mirando una de hace muchos años.

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