viernes, 23 de julio de 2010

El insomnio es una cosa muy persistente

El insomnio es una cosa muy persistente. Maldita, maldita, maldita sea. 20 minutos, una hora, luego dos, luego 3; una noche y otra y otra y otra más. Ruido de sirenas. Vuelta a la izquierda. Vuelta a la derecha. Colchón mullido, sábanas calientes. Lechuga, pastillas, música suave, ni gota de café. Nada sirve. Monserga de amigos y doctores. Monserga de bípedos durmientes que a las 9 en punto, pase lo que pase, con lechugas o sin ellas, se olvidan de que el mundo existe. Y uno aquí, testigo de plácidos hombres que sueñan, sin poder apagar esa máquina, esa máquina, esa máquina que no se para nunca. Por fin se comprende que no se puede más. El cañón justo en el paladar, apretando fijo para que no se mueva, el sabor a metal en la saliva. Sudor frío. Paf. Las luces se apagan por completo. Oscuridad. Silencio. Sólo un instante, un instante imperceptible. Después, como si nada, 20 minutos, una hora, luego dos, luego 3; una noche y otra y otra y otra más. Ruido de sirenas. Vuelta a la izquierda. Vuelta a la derecha. Colchón mullido, sábanas calientes. Lechuga, pastillas, música suave, ni gota de café. Nada sirve. Monserga de amigos y doctores. Monserga de bípedos durmientes que a las 9 en punto, pase lo que pase, con lechugas o sin ellas, se olvidan de que el mundo existe. Y uno aquí, testigo de plácidos hombres que sueñan, sin poder apagar esa máquina, esa máquina, esa máquina que no se para nunca.