miércoles, 25 de marzo de 2009

La verdadera piel del camaleón

Despertó siendo un millonario, que en una mañana de julio, comprendió que la vida, sin notarlo, se estaba terminando. Y aquella mañana se hizo tarde, luego noche; recorrió todas la horas de aquel día tratando de encontrar lo que buscaba. Y al borde de un sueño cansado, sospechosamente el último, supo lo qué significaba el final del tiempo y deseó la eternidad.

Fue después un pintor atormentado por los destinos de su arte y atreviose a ser el príncipe danés que a solas preguntaba su ser y su no ser entre las sombras. Y quiso, pero no fue, ser aquel conde que en la noche única de su inmortalidad no era capaz de atrapar su reflejo.

Navegó por un barco que no era el suyo, combatió en el frente de una guerra que la Historia ya había contado y fue uno más de los millones que no sobrevivieron a aquella.

En el nombre de Dios expulsó demonios y en el nombre del mismo arrasó con civilizaciones paganas cubierto de una armadura maltrecha. Fue dictador y libertario de las tierras del sur y escribió novelas que se perdieron en medio de una selva inexistente.

Y cuando todo parecía perdido y la esperanza había muerto antes aun que la vida, amó a una mujer y fue amado por ella y en un lluvioso día del fin del verano su corazón al fin se detuvo entre sus brazos.

Y tuvo tantos nombres y fue tantos hombres --o tantos fueron él-- que en la mañana de su propio día, de su propia muerte, cuando ya no era ninguno de los que había sido ni un cúmulo de aplausos le esperaba cuando cayera el telón, quiso saber el que en verdad había sido y no encontró una respuesta. Acaso fue todos o ninguno, acaso por querer ser otro nunca supo ser alguno verdadero. Acaso por esta vez fuera preciso dejar que la única verdad ocurriera simplemente.