miércoles, 21 de mayo de 2008

Día terrible. Entregué un cuadro que nunca me pagaron y no tuve ganas de discutir nada. Gente insoportable por las calles. Un periodista vino por la tarde a hacerme una entrevista llena de preguntas estúpidas. Concepto. Mis tendencias artísticas. Las influencias. Los cambios “radicales” en mis etapas creadoras. Fui contestando como pude, sin ganas, sin plena conciencia de lo que decía. Hasta ahí todo bien. Luego, para sus lectores, que se morían por saber, empezó a hacer preguntas personales. Fui evadiendo con ironías cada intento de inmiscuirse. Última pregunta. Se ha hablado de cierto viaje que canceló en el último minuto. Falta de tiempo, ataque creativo, el artista es presa de sus intuiciones. No lo convencí, pero logré que me dejara en paz. Sonó el teléfono varias veces; después de la tercera decidí descolgarlo. Sí, aquel entrevistador pendejo había dado en el clavo. Cuál era la razón oculta detrás de la huída imprevista. Tal vez una sola que era tan inconcebible como inevitable. Y yo rodeando la pregunta, evitando darme a toda costa una respuesta que por sí misma resolvería el conflicto. Si pudiera sólo no pensar y asumir el hecho sin ambages. Veritas maesta non est sed remedium non habet. Nada qué hacer. Y no obstante, esta mierda en la cabeza, girando sin cesar, sin darme un solo respiro, y este dolor en algún lado sin saber exactamente dónde, y esta mezcla entre rabia, tristeza y desesperación.

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