lunes, 16 de junio de 2008

Nox eterna


Está listo todo para mañana. La ventana ya está abierta. Hace tres días que no bebo una gota y la sensación es insoportable; estoy dispuesto a llegar al final de esta larga noche dos veces milenaria. El cuerpo me tiembla de ansiedad por un solo trago que se deslice dentro de mí y me regrese la paz momentánea antes de sentir de nuevo aquella necesidad insufrible. Cuánto he soportando ya por no haber sabido detenerme. Abomino el reflejo que el espejo me devuelve y aparto la mirada de mí mismo; luego lo convierto en mil pedazos. Mi boca seca lanza un grito largo que se transforma en alarido. La inconcebible calma la busco en el insistente tallar de uno de los dos extremos de aquel madero que de mi destino será el artífice. El otro lo incrusto con fuerza al brazo mecánico que caerá como un péndulo cuando la cuerda de donde está sujeto se rompa. Enciendo la vela y apago todas las luces. El ligero viento que se cuela mueve la flama proyectando sombras en los muros mientras la pongo sobre el piso, cerca de la soga que lanza una chispa al primer contacto. Giro sobre mis pasos vacilantes. Sin detenerme, me coloco en el lecho que vertical me espera en el centro de la habitación y cierro los ojos. Espero. El temblor no cesa. Permanecer inerme acrecienta el ataque de todos mis demonios que no me dejan dormir. Un rayo de luz, un chasquido, un golpe. Pasadas las horas, otra vez abro los ojos a la execrable vida y despierto de nuevo en la eterna noche de mi inmortalidad. Las ganas de beber son insoportables y he de ceder ante ellas. Ya siento la calidez de otros cuellos que esperan ser bebidos. Mi cuerpo ha sido ulcerado por el sol, la estaca se ha astillado antes de cruzarme el pecho y sigo vivo, dolorosa e irremediablemente.

No hay comentarios: