sábado, 26 de abril de 2008

Voces, voces, siempre voces. Voces que danzan alrededor de mí y me persiguen y no me abandonan nunca. Viejas, antiguas voces que vienen de tiempos inmemoriales, desde la del primer hombre, desde la de la primera mujer. La voz del interminable tiempo. La voz del mar, de la tierra misma, del universo todo. La de mi padre y mi madre y del dios inexistente. Aquí y allá, a veces susurrantes, a veces insoportables murmullos, a veces gritos, a veces una sola, tenue y ligera, hablándome al oído. Las de todos los hombres, las de todos los tiempos, fundidas en una, que está ahí, en el viento, en la calle, en cada paso, en cada cosa. Voces desesperadas y suplicantes, de alegría y de deseos, de batalla y de desahucio, de odio, de amor, de egoísmo. Persecución interminable de frases, de historias narradas, de vidas que se harán leyenda o se habrán olvidado. Callarán para mí un día, pero seguirán existiendo para otros, siempre ahí, jamás silenciosas, hasta que el destino del tiempo nos alcance. Y aún entonces, quedarán los ecos rebotando entre las rocas.

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