viernes, 11 de abril de 2008


Dibujé primero la forma de tu rostro, luego el contorno de tus ojos cerrados. Tuve especial cuidado en el trazo de la nariz. Acaso por un impulso inconsciente, o porque así era en verdad, te pinté en los labios una ligera sonrisa que acabó por ser triste. Con dedicación absorta, retoqué las sombras, los detalles. Al final dejé que mi lápiz se deslizara por el papel para alargarte los cabellos. Cuando me eché hacia atrás para mirarlo, te levantaste de improviso y, antes de darme cuenta, me arrebataste el cuaderno. Te expliqué que había algo, no sabía qué era pero lo hacía parecer extraño. Me dijiste que no importaba y saliste con él a la calle. Aquella vez no me atreví a seguirte. Hoy sé que el problema eran los pómulos, que estaban desiguales.

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