miércoles, 23 de abril de 2008


¿Sabe? Es como esos pueblecitos indefensos de allá arriba, donde un día llega la guerrilla y hacen muchos cambios y organizan todo. Y la gente empieza a tener una esperanza de que las cosas sean mejores, aunque haya balas y muertos y todo eso, porque sin ellos no hay balas pero hay muertos de todas formas. Y después llega el ejército y matan a cualquiera, lo mismo guerrilleros que gente de a pie. Y el pueblecito queda otra vez a la intemperie, aunque nunca en verdad dejó de estarlo a pesar de la trifulca. Cuando todo pasa, los soldados de ambos bandos se van, unos huyen y otros regresan a los cuarteles. Y los que quedan siguen estándolo, sin esperar nada, en el abandono completo, con el pueblo destrozado, con las casas deshechas y las familias perdidas. Y uno es como el niño que anda llorando a gritos, con los mocos escurriendo y la cara sucia y la ropa hecha jirones, buscando a un papá que se desangra entre las milpas y a una mujer que murió de un culatazo después de la violación. Y sigue gritando hasta que la pequeña garganta no puede más, y entonces el grito se vuelve gemidos ahogados y lágrimas que dejan marcas sobre la cara sucia. Y luego se acaba también el llanto y se queda dormido al pie de un árbol que no da sombra. Al paso de los días, ha olvidado llorar y busca comida o cualquier cosa que se le parezca, y entre tanto se hace hombre, así, de pronto. Y se le va la vida en hacer parir y en mirar la nada que se ve a lo lejos y en comer poco. Y cualquier día vienen otros y repite la historia de su padre con sus propios hijos, y luego los soldados y etcétera. Y nunca vino nadie a confesarle que todo había terminado. Y nunca más volvió a llorar pero algo queda en la mirada siempre. Y cuando le hablan no mira de veras, y cuando se ríe, porque también se ríe, es como si quedara algo de la soledad primera y no hay nada que la remedie. Y hecho hombre va a los bares y a las mujeres, y a nadie cuenta ese recuerdo que se ha perdido con el resto. Y anda por la vida buscando sin buscar nada, sabiendo de antemano ese destino que le espera inevitable. Y a veces se ilusiona con la tenue lluvia que le moja las mejillas, y otras veces sólo trabaja o bebe o copula o cuenta las historias del vecino, pero nunca llora. Y nadie va a saber de aquel recuerdo que él también habrá olvidado y que está en cada día que pasa, en cada golpe de hoz, en cada mano en la frente para limpiar el sudor que escurre hacia los ojos. Y no contará, no se dará cuenta, las pequeñas, diminutas felicidades que entre todo habrá tenido, la primera mujer en un lecho, la primera canción, el primer egoísmo. Serán instantáneas e insignificantes. Sobre aquéllas habitará el primer y único llanto. Y los días no se llamarán días y las horas no se llamarán horas y la vida no se llamará vida. Y uno anda como enfermo, como desconectado del mundo tangible, sin pedir nada, sin esperar nada tampoco, con la vida pasando solamente hasta que deje de hacerlo de cualquier modo. Y le engaño si le digo que duele; no duele nada. Duele la panza de hambre o las manos de tanto empujar la yunta, duele el cuchillo en el vientre. Esto que le digo no es un dolor, o no es un dolor de esos. Está siempre ahí y con nada se quita. Así, así es como me siento.
Uy, amigo, me dijo mientras limpiaba la mesa con un trapo todavía más sucio. Eso que quiere usted contar con palabras que yo no entiendo, aquí lo tienen todos. Tristeza la llaman. Pero anímese, hombre, ¿le traigo otra cerveza?

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