miércoles, 23 de abril de 2008


Soy Juan Pablo y vengo a hablarle. ¿Me puedo sentar? Lo primero que debe entender es que no quiero ocupar su sitio, o mejor para usted y peor para mí, no puedo. A veces invado su espacio, lo confieso, mas no por mucho ni del mismo modo. Yo estoy sólo cuando ella quiera, usted puede estar siempre que lo desee. Usted siente celos y yo envidia. Tal vez sean la misma cosa. Mas mis celos los dejé en otra mujer que ya ha cumplido con su parte y ahora no me queda sino esto. Le robo un poco de la tarde, es cierto, pero el resto del tiempo es suyo. Quizás sea verdad que invado un poco de sus sueños; comprenda que sólo eso son. Usted vive en un sitio más cercano, más tangible y yo soy una simple idea que se irá pronto. Cierto es que, después que ella termine de leerme, aún rondaré un poco dentro de su cabeza; no tenga miedo, me iré desvaneciendo lentamente del mismo modo que he llegado. Acaso otros ocuparán mi sitio y sus celos tendrán un nuevo protagonista. Yo ya no estaré para saberlo. De ser alguien me convertiré en algo, luego pensará cosas que yo le habré provocado y ella ya no sabrá de dónde han salido y creerá que son propias. Cuando intente recordar no sabrá siquiera mi nombre. No sé si usted correrá la misma suerte y su historia terminará un día; lo que aseguro es que no pasará lo mismo que conmigo, con usted tendrá recuerdos, conmigo ninguno. Su nombre estará en la lista también de sus memorias, andará por calles donde su presencia va a asaltarla y eso será su triunfo. En cambio, entre ella y yo no habrá calles comunes ni amigos cotidianos ni historias compartidas; mis palabras son eso y nada más. Si quiere odiarme puede hacerlo, le regalo la posibilidad de explorar sus emociones. Píenselo un poco, si yo lograra salir de donde estoy y pararme frente a ella, también odiaría mi ser altanero, mi figura, mi misantropía y, después de darme una excusa cualquiera, volvería a refugiarse en sus brazos. ¿Se da cuenta que no hay modo de que yo pueda ganar una partida? Ahora piensa en mí porque no pertenezco al mundo cotidiano, si yo entrara en él me rechazaría enseguida. No niego que he deseado hacerlo, a pesar del riesgo que conlleva, para poder mirarla una sola vez a la luz del mediodía, pero, en mis condiciones, es virtualmente imposible. No me queda más que conformarme con mi pobre situación de nonato y disfrutar el tiempo que me queda y que, le aseguro, es mucho menos del que usted supone. He venido a decirle todo esto, no porque crea que usted merece una explicación, le engaño si digo que me importa siquiera un poco, sino para suplicarle que me deje disfrutar los últimos instantes. Después será toda suya. Estoy acostumbrado a ser un amante clandestino y he aprendido a que no me importe. No, no sé lo que usted entiende por la palabra cínico. Lo dejo para que reflexione un poco, no me quedaré a escuchar una respuesta que sabré esta misma noche. Espero que sea consciente de la situación que nos atañe y tome la mejor decisión, por el bien de los tres. Sí, sí, otro antes que usted me ha llamado insensato cuando traté de explicarle, así que no es para mí algo nuevo. Basta con que uno solo comprenda mis razones. No le digo más. Ya expuse mis puntos. Hasta nunca. Por cierto, si yo fuera usted, a ese cuadro le pondría una ventana.
Castel se fue. Se perdió como había llegado.

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