martes, 8 de julio de 2008

La noticia la recibí sin sobresaltos, como la confirmación de algo que no es inesperado. Ni siquiera los horribles detalles contados de prisa fueron capaces de sorprenderme. Habían pasado ya varios días y era hasta ahora que alguien me lo decía después de enterarse tarde también. La historia completa la supe en una reunión, la siguiente semana. Alguno lo fue a buscar a su casa, nadie abrió la puerta y se fue. Luego preguntaron los del periódico, pero todos sabían de sus desapariciones y nadie le dio importancia. Así pasó una semana hasta que Andrea volvió de un viaje a no sé dónde. Esa misma noche fue a buscarlo; como antes, nadie respondió. Alguien le ayudó a forzar la cerradura y el aire reivindicó la sospecha. El otro dudó; ella se lanzó desesperada por la escalera y llegó al cuarto que tenía la puerta abierta. Cosas y papeles estaban regados por el piso como después de una lucha que nadie había ganado. Sobre la cama, descomponiéndose más y más cada segundo, el cuerpo inerte de Alejandro desprendía todos sus hedores. El vomito con sangre coagulada se secaba al borde de la cama. Sin pensar en aquellos miembros putrefactos, ella se lanzó llorando sobre él, fuera de sí, hasta que el otro que venía detrás la separó como pudo. Sin fuerzas trataba de volver a alcanzar aquel cuerpo que ya no era de nadie, acaso de las moscas que rondaban zumbando la habitación y del gato que ronroneaba lamiéndole los pies. Transcurrió mucho tiempo antes que Andrea lograra controlarse. Cuando sólo lloraba, sin quitar los ojos que aquella masa execrable, en silencio, sentada en el piso y recargada en la pared, el otro fue a hacer las llamadas pertinentes. Hasta los tipos de la funeraria dudaron para envolverlo en una sábana. No hubo sepelio ni misas en las que ninguno creía ni nada. La cremación fue ese mismo día. A pesar de estar presente su exmujer y sus hijas, Andrea fue quien recibió las condolencias como la viuda verdadera. Ella sola era quien lloraba, nadie más. Al paso de los días, los amigos hicimos reuniones póstumas y homenajes repletos de gente que se sumaron a un reconocimiento que no sé si valía algo para entonces. Había entre todo aquello, un muerto, una viuda, un huérfano y creo que nada más.

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