martes, 8 de julio de 2008

Al dar la vuelta en la esquina, me lo encontré de frente. Yo lo conocía, él a mi no. Sospeché hacia dónde se dirigía por la ruta que llevaba. Dejé que pasara un poco de largo, luego giré sobre mis paso y a prudente distancia lo seguí. Sus largas zancadas me hacían ir más rápido de lo habitual y aceleré el paso sin que fuera necesario puesto que sabía el lugar de destino. Obligado por el rojo de un semáforo, tuve que detenerme en otra esquina a esperar que una larga fila de coches terminara de pasar y la ventaja se hizo mayor todavía. Cuando por fin logré cruzar la calle, apenas logré ver cómo doblaba a la izquierda. Al llegar a aquel punto, ya no me fue posible encontrarlo por ningún lado y me desesperé de no verlo, a pesar de conocer el camino de memoria. Tan velozmente como me era posible, caminaba casi corriendo para darle alcance. Entre el sofoco de la prisa y la incertidumbre, di varios empellones distraídos a cualquiera que en mi camino se atrevió a cruzarse y no me importó en absoluto; seguía mi persecución atropellada tras de aquel hombre, que ignorando que alguien le seguía, se había perdido entre el laberinto de unas calles ruidosamente urbanas.  La tarde comenzaba a caer y lo que antes había sido nítidas imágenes se iba convirtiendo en inexactas sombras. Al fin, pude llegar al punto de la reunión. Ya no estaba. O acaso había tomado por otro camino y en mi prisa de alcanzarlo lo había rebasado en algún punto. Esperé. La tardé acabó volviéndose noche por completo. Nada. Tal vez no era ese el lugar, tal vez se habían ido antes de que yo llegara, tal vez me había confundido de día, de sitio, de persona. Mierda, mierda, mierda. Y ultimádamente, haber perdido a Oliveira y a su pendejo club me importaba un carajo pero, ¿encontraría a la Maga?

La esperanza la fui extraviando al paso de las horas, al paso de los días, al paso de los años que implacables me fueron separando de la posibilidad y de las ganas de conseguirlo.

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