miércoles, 5 de marzo de 2008


Me quedo esperando sentado que pase algo que ya no es posible. Busco ojos que me evitan con desdén o con miedo. Será que saben lo que ha pasado y me repudian. Si fueran capaces, tal vez comprenderían. Pero no. La moral en turno ha de vencer de nuevo. Y qué me importa lo que piensa ese viejo que me mira de soslayo o esa niña a la que se le ha escurrido la pelota hasta donde estoy o aquella mujer que cree que la miro en busca de acariciarle las caderas. Igual que yo, ninguno de ellos ha aprendido las lecciones. Seguiremos andando sin andar, con nuestro miedo y nuestra soledad a cuestas, tratando de pensar, aunque el instinto gane la partida. Un día nos sorprenderá lo inevitable y nunca sabremos lo que ha pasado mientras tanto. No sé si lo has sabido tú y la duda me corroe las entrañas. Si aquellos supieran, lo confundirían con culpa, por esa costumbre malsana de no llamar a las cosas por su nombre. Es sólo incertidumbre. Sin saber si lo he logrado, te la he quitado y la he puesto sobre mí. Ahí estará hasta que se desvanezca lentamente o yo con ella. Ahora seré yo, junto a todos los otros que se han quedado, el que ande sin andar, el que deje avanzar el tiempo hasta que se termine. Vendrán a arrancarme los ojos por mirar más que sombras y yo no ofreceré resistencia. Dejaré que hagan su parte en este juego donde lo aparente siempre se superpone. Que griten con sus heraldos de pudor, Ahí va aquél que ha pecado contra Dios y contra los hombres, declaradle la guerra, dejad que muerda el polvo de sus culpas. Y yo no diré nada. No puedo ser el juez de mis propios actos ni el gendarme que al cadalso me conduzca. Asumo el hecho inevitable de ser el subterfugio de los otros y en donde reposa la transliteración de sus propios miedos. Que a través de mí encuentren los signos ocultos debajo de la vergüenza. Otro día va a terminarse por fin y no ha pasado nada. Mañana, tal vez mañana. Hoy sólo espero la respuesta que ya no escucharé de tus labios.

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