domingo, 9 de marzo de 2008


Aquella noche no fue posible dormir. Oí cada ruido provocado por el viento, cada crujir de los muebles cuando la madera se acomoda y las pisadas del gato. Sentí latir mi corazón en las yemas de mis dedos y lo escuché rebotar en mis sienes. Aspiré con la boca el aire viciado del humo de un cigarro que se consumió sin probarse por segunda vez y olvidé el movimiento preciso para cerrar los ojos. Hasta el diminuto tic tac de mi reloj de pulso era un concierto de repeticiones interminables que podrían haberme enloquecido si es que hubiera un poco de conciencia en mí. No sé cuánto tiempo pasó ni si acaso podía moverme porque jamás hice el intento. Sentado, descubrí el secreto de la quietud absoluta y aprendí las extrañas formas que la textura irregular del techo dibujaba. La conciencia me regresó con lentitud y me di cuenta que comenzaba a temblar. Quizás no hacía frío pero fue preciso cubrirme con lo que encontré a mi alcance. Tu cuerpo estaba frente a mí. Con los ojos, seguí cada centímetro de la piel de tus brazos descubiertos y la forma que tomaba tu ropa en el contorno. Luego el curso de tus piernas y tus pies también desnudos. Si alguien duerme, incluso un sueño tranquilo, es posible notar el leve subir y bajar del pecho y, si se mira atentamente, aun el ligero abrir y cerrar de las fosas nasales aspirando. A veces se puede percibir el temblor de los ojos debajo de los párpados a causa del sueño producido en la mente o escuchar el leve sonido del aire cuando entra en la nariz o sale por la boca. Si nada de esto ocurre, la sensación es muy extraña y el rictus mortis se apodera hasta de uno mismo. Tal vez así es como se diferencia el sueño de la muerte. Aquella noche también yo estaba compartiendo el tuyo.

No hay comentarios: