viernes, 22 de febrero de 2008

Érase una vez

Érase una vez en que todos los relojes quedaron detenidos. Desde el de la catedral hasta el de la cocina. Mi reloj de pulso fue el primero. Y aquella vez la primera en que todo fue magnífico. El invierno no llegó, ni la soledad ni el hastío. Jugamos a jugar y mi nombre era el de todos y todos eran el mío. El sol brilló hasta arriba sin quemarme, en medio del mundo estaba y en cualquier punto y a cualquiera podía dirigirme. La espera no lo era más, tampoco la incertidumbre. Y conmigo estaban Gustavo y Jaime y todos, y volamos mil pelotas a la casa vecina y siempre hubo mil más como si aquellas se multiplicaran. También estabas tú y no te fuiste nunca. Mamá llegó a mirarme, sin sus ojos de vejez y de tristeza, y se rió conmigo de nuevo viendo aquella película que nos desbordó la carcajada. Y eso era el mundo. Y Jean Valjan encontraba a Cosette y la llevaba con Fantine y Garrik no era más aquel payaso triste. Aquella vez escribí por fin sin el miedo de ser cursi, con la conciencia de que lo era y cada mentira escondía una verdad y cada verdad no era más una mentira. Ya César abandonaba el imperio y dejaba a todos andar sin cobrar los diezmos por transitar la tierra. La vida al fin era vida y no era ya preciso el llanto. Érase la vez de los relojes detenidos. Luego, volvieron a avanzar, mas no volvió el pulso en el mío.

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