Me pongo a escribir, casi con desgano, casi con miedo. Hace
tanto que no lo hago. Me he acostumbrado a las palabras que no dicen nada
pretendiendo todo. Me he acostumbrado a parecer sensato, sobreviviendo a mi
locura. Y todo dicen: qué bien, qué a tono, cuánta elocuencia. Y yo me río. Qué
me queda. En este mundo de ficciones, no parece haber otro remedio. Me levanto
a las seis de la mañana. Me duermo puntualmente a las doce. No queda tiempo
para nada. Ni para estar loco ni para ser un imbécil. Ese es el secreto de la
cordura. Estar cuerdo de cansancio. Estar cansado de locura.